Esa banderita.
Por Jorge E. González Ayala
Alguna vez escuchaba en un documental sobre los niños argentinos
que se exiliaron en México en los años setenta denominados argen-mex, el
testimonio de uno de ellos criado en México, que cuando regresó a su país natal
el primer choque cultural por así llamarlo fue el asado del domingo. Cuando
vivía en México sus padres lo hacían en lugares como el Desierto de los leones
o la Marquesa, montañas en los suburbios de la Ciudad de México. Esa era la
referencia que tenía acerca de su madre patria, los cerros del Valle de México.
Fue de regreso a Sudamérica que descubrió que buena parte del país está sobre
una planicie, y ahí eran los asados. Su referencia física de la infancia con lo
que relacionaba con Argentina no tenía que ver con la realidad.
La referencia que tengo de España es el colegio donde estudié
la preparatoria, el Colegio Madrid fundado por el exilio republicano español. Ubicado
en la ex Hacienda de Coapa reunía un conglomerado de descendientes de españoles.
En el pequeño ecosistema de la prepa las estrellas del equipo de futbol se
llamaban Jordi y Manolo, las gimnastas se apellidaban Echeverría y Astigarraga.
A una compañera de nombre Mary Nieves le molestaban en lo más hondo los chistes
sobre gallegos. No faltaban nombres y apellidos de todas regiones de España,
además de los que agregaron el exilio sudamericano y todos los mexicanos que
deambulábamos por ahí. La diversidad y la inclusión eran la norma. Esa era mi
referencia de primera manos sobre España.
La influencia española en México es evidente en todo este
país criollo desde la llamada conquista, pero con sus matices regionales
también. De niños íbamos a un supermercado de nombre Aurrerá, que significa
amigo en vasco, se venden llantas de auto de marca Euzkadi, Azcárraga es el
apellido del dueño de la cadena de televisión más importante del país. Uno de
los líderes del movimiento de 1968 se apellidaba Perelló, las noticias en la
tele las veo con un periodista de apellido Puig.
Y bien como en el caso de los argen-mex en el que el Desierto
de los Leones no es la Patagonia, pues España no es el Colegio Madrid, y las
diferencias en algunas partes parecen ser más que de nombres y apellidos, sino
que son al parecer políticas, históricas y culturales en un territorio pequeño
en dimensiones milenario en historia. No
opinaré sobre asuntos de los que no tengo un conocimiento más allá de lo que me
logro empapar en los diarios, las opiniones de aquellos que si opinan y de mis
escasos conocimientos de aficionado sobre la historia de España.
Lo que me llama la atención es el poder que tiene estas
nociones de identidad que todos de alguna manera guardamos al interior de
conceptos como país, nación, cultura, patria o incluso estado. Vivo en un país
(Carlos Puig dixit) en el que algunos
aseguran que nuestra razón de ser radica en la pureza de las especies del maíz,
que de ella depende el país y por lo tanto nuestra identidad. Como este ejemplo
son múltiples las razones que cada quién
le puede otorgar a su sentido de pertenencia y que pueden alojarse en algo tan
ambiguo como una bandera. ¿Qué y cuánto depositamos en ella?
Recientemente en las labores de rescate del sismo del 19-s, tuve
oportunidad de convivir con españoles que no tienen los orígenes o creencias de
lo que yo suelo relacionar con España. Llevo en mi muñeca amarrada desde hace
unos meses una pulsera con la bandera de la República Española, junto con la
bandera de México, que dice, Viva el Madrid, en relación a mi antigua escuela.
Se la mostré a los rescatistas españoles, básicamente
militares entre los 23 y 40 años. Los más jóvenes ni siquiera la reconocieron,
creían que apoyaba al equipo del Santiago Bernabéu, alguna vez favorito del
caudillo Franco. Los mayores, la reconocían un poco perplejos, ah, es la bandera
de la República. Les explicaba un poco del exilio y me miraban como sin saber
qué decir. Efectivamente, no tenían la misma referencia que yo sobre la bandera
republicana. La bandera evidentemente significaba algo muy diferente para ellos
que para un ex alumno de un colegio en México fundado por exiliados.
En otro momento se la mostré a otro español, voluntario,
civil radicado en México, una persona común y corriente, ni mejor ni peor que
cualquiera.
La observó y señalando con el índice, dijo: ah, esa banderita,
esa banderita. Se notaba algo de desaprobación, evidentemente tampoco
significaba para él lo mismo que para mí, o incluso que para los rescatistas.
Y sí, es una banderita, como las muchas que cada quién
defiende y que significan cosas tan diferentes en cada cabeza. Banderitas que
unen, banderitas que separan. Al final de cuentas, banderitas. Creo que a final
de cuentas son sólo eso y no deberían de ser mucho más.