Thursday, November 16, 2017

Esa banderita.

Esa banderita.
Por Jorge E. González Ayala

Alguna vez escuchaba en un documental sobre los niños argentinos que se exiliaron en México en los años setenta denominados argen-mex, el testimonio de uno de ellos criado en México, que cuando regresó a su país natal el primer choque cultural por así llamarlo fue el asado del domingo. Cuando vivía en México sus padres lo hacían en lugares como el Desierto de los leones o la Marquesa, montañas en los suburbios de la Ciudad de México. Esa era la referencia que tenía acerca de su madre patria, los cerros del Valle de México. Fue de regreso a Sudamérica que descubrió que buena parte del país está sobre una planicie, y ahí eran los asados. Su referencia física de la infancia con lo que relacionaba con Argentina no tenía que ver con la realidad.
La referencia que tengo de España es el colegio donde estudié la preparatoria, el Colegio Madrid fundado por el exilio republicano español. Ubicado en la ex Hacienda de Coapa reunía un conglomerado de descendientes de españoles. En el pequeño ecosistema de la prepa las estrellas del equipo de futbol se llamaban Jordi y Manolo, las gimnastas se apellidaban Echeverría y Astigarraga. A una compañera de nombre Mary Nieves le molestaban en lo más hondo los chistes sobre gallegos. No faltaban nombres y apellidos de todas regiones de España, además de los que agregaron el exilio sudamericano y todos los mexicanos que deambulábamos por ahí. La diversidad y la inclusión eran la norma. Esa era mi referencia de primera manos sobre España.

La influencia española en México es evidente en todo este país criollo desde la llamada conquista, pero con sus matices regionales también. De niños íbamos a un supermercado de nombre Aurrerá, que significa amigo en vasco, se venden llantas de auto de marca Euzkadi, Azcárraga es el apellido del dueño de la cadena de televisión más importante del país. Uno de los líderes del movimiento de 1968 se apellidaba Perelló, las noticias en la tele las veo con un periodista de apellido Puig.
Y bien como en el caso de los argen-mex en el que el Desierto de los Leones no es la Patagonia, pues España no es el Colegio Madrid, y las diferencias en algunas partes parecen ser más que de nombres y apellidos, sino que son al parecer políticas, históricas y culturales en un territorio pequeño en dimensiones milenario en  historia. No opinaré sobre asuntos de los que no tengo un conocimiento más allá de lo que me logro empapar en los diarios, las opiniones de aquellos que si opinan y de mis escasos conocimientos de aficionado sobre la historia de España.
Lo que me llama la atención es el poder que tiene estas nociones de identidad que todos de alguna manera guardamos al interior de conceptos como país, nación, cultura, patria o incluso estado. Vivo en un país (Carlos Puig dixit) en el que algunos aseguran que nuestra razón de ser radica en la pureza de las especies del maíz, que de ella depende el país y por lo tanto nuestra identidad. Como este ejemplo son múltiples  las razones que cada quién le puede otorgar a su sentido de pertenencia y que pueden alojarse en algo tan ambiguo como una bandera. ¿Qué y cuánto depositamos en ella?
Recientemente en las labores de rescate del sismo del 19-s, tuve oportunidad de convivir con españoles que no tienen los orígenes o creencias de lo que yo suelo relacionar con España. Llevo en mi muñeca amarrada desde hace unos meses una pulsera con la bandera de la República Española, junto con la bandera de México, que dice, Viva el Madrid, en relación a mi antigua escuela.
Se la mostré a los rescatistas españoles, básicamente militares entre los 23 y 40 años. Los más jóvenes ni siquiera la reconocieron, creían que apoyaba al equipo del Santiago Bernabéu, alguna vez favorito del caudillo Franco. Los mayores, la reconocían un poco perplejos, ah, es la bandera de la República. Les explicaba un poco del exilio y me miraban como sin saber qué decir. Efectivamente, no tenían la misma referencia que yo sobre la bandera republicana. La bandera evidentemente significaba algo muy diferente para ellos que para un ex alumno de un colegio en México fundado por exiliados.
En otro momento se la mostré a otro español, voluntario, civil radicado en México, una persona común y corriente, ni mejor ni peor que cualquiera.
La observó y señalando con el índice, dijo: ah, esa banderita, esa banderita. Se notaba algo de desaprobación, evidentemente tampoco significaba para él lo mismo que para mí, o incluso que para los rescatistas.

Y sí, es una banderita, como las muchas que cada quién defiende y que significan cosas tan diferentes en cada cabeza. Banderitas que unen, banderitas que separan. Al final de cuentas, banderitas. Creo que a final de cuentas son sólo eso y no deberían de ser mucho más.