Friday, February 16, 2007



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Gabriel Orozco

Por Jorge E. González Ayala

No soy pintor ni artista plástico, pero me apasiona el tema. Tampoco soy pintor frustrado, nunca lo intenté, estoy negado desde la infancia al dibujo y las actividades manuales. Pero eso no me impide de disfrutar de las artes plásticas. Como músico tuve oportunidad de estudiar a fondo historia del arte y por mi parte he procurado leer y aprender lo más posible, en especial del arte moderno y la relación de la música con la pintura. Diferentes artistas mexicanos contemporáneos me han interesado. Los muralistas, la generación de la ruptura. De los 70 me impactó Enrique Guzmán, homónimo del cantante, pero artista profundo con un lenguaje crudo y avasallador que truncó su vida suicidándose. De los ochenta, me sentí fascinado por la obra de Julio Galán recientemente fallecido y cuya excentricidad y bizarra visión de la realidad se plasmaba en sus lienzos con una ironía inquietante. La retrospectiva que pude disfrutar de él en el MAM, me marcó profundamente. Los noventa los tengo ligados a Rafael Cauduro. Y el 2000 lo inicié con aquella exposición de Gabriel Orozco en el Museo Rufino Tamayo que dejó igualmente honda huella en mí. En aquel tiempo, algo más joven que ahora me llamaron poderosamente la atención las piezas grandes. El coche cortado, el elevador, las bicicletas, las mesas de ping pong, la mesa de billar redonda y demás. Como todo artista joven disfruté de las provocaciones de la caja de zapatos y la etiqueta de yogourt, pero consciente de ser eso, happenings muy bien dirigidos dentro del mundo del arte conceptual. En general me molestan las “ocurrencias” con las que muchos “artistas” gustan de tratar sorprendernos. Estas son generalmente vacuas e irrelevantes, salidas fáciles ante los problemas que plantea el arte. En Gabriel Orozco no encuentro esta frivolidad. Como muchos artistas contemporáneos, lo peor son sus imitadores. También varias de las fotografías me interesaron, esa capacidad para descubrir imágenes dentro de las imágenes mismas, de crear arte interviniendo espacios cotidianos como el supermercado o una banqueta. Poco me importaron las piezas de los círculos y sus variantes que aparecían en fotografías y billetes.

Cabe apuntar la anécdota completa. Visité aquella exposición con la fotógrafa Tatiana Parcero, excelente artista considerada por la revista Time una de las líderes de Latinoamérica del siglo XXI, y que fuera pareja de de Orozco por casi 10 años. Iba también con nosotros, su pequeña hija entonces de 3 años, producto del actual matrimonio de Tatiana. Esta visita guiada me permitió entrar a ese mundo con una visión mucho más amplia. Pieza a pieza Tatiana me contaba el contexto bajo el que el artista trabajó. Tuve información de primera mano del proceso creativo y la relación con su vida privada. Complementado del propio conocimiento de Tatiana y de las desprejuiciadas reacciones de su pequeña, fue una de las experiencias más ricas de mi vida en relación al arte conceptual. De haber grabado los diálogos y la visita bien se hubiera podido convertir en un libro excepcional. Desgraciadamente esto se me ocurrió muy tarde y nunca será escrito.

¿Qué es lo que hace al arte? Creo que lo que pueda a llegar a producir movimiento en nuestro interior. Si te deja indiferente, no es arte. Ahora, sobre eso que te pueda producir hay niveles, y ahí es donde también muchos oportunistas hacen uso de de triquiñuelas y efectismos. Causar impacto y repulsión es muy fácil. La escatología y las ocurrencias son tan irrelevantes como el perfecto dominio de la técnica sin nada interesante que decir. El arte obliga a ingresar a niveles más profundos de nuestra condición humana. Ahí donde se mezclan a la incertidumbre, la sorpresa, la inquietud, la ironía y el humor, pasea la obra de Gabriel Orozco.

He seguido de cerca su trayectoria y el debate que su obra ha merecido. La última exposición en el Palacio de Bellas Artes me causó una extraña y agradable sorpresa. Aquel leiv motiv de los círculos me llamaron ahora poderosamente la atención y en un momento explicaré por qué. Antes, evidentemente muchas de las piezas, sobre todo las fotográficas ya las conocía y pude disfrutar de nuevo de ellas. Me extrañó la ausencia de la mayor parte de las grandes piezas como las mesas de ping pong y el coche, o la controvertida caja de zapatos. Me interesaron las mesas de trabajo, sobre todo los cuadernos de apuntes que permiten observar de cerca la meticulosidad del artista y su completa inmersión en el proceso creativo. La gran pieza de que había presentado en la bienal de Venecia, es evidentemente un ejemplo perfecto de la apropiación de un espacio reproduciéndolo y trasladándolo tal cual a otro contexto. Menos espectacular que la del Tamayo pero a la distancia, posiblemente puedo ahora disfrutar más de las sutilezas del trabajo de Gabriel Orozco. Los años decantan la percepción y afinan los sentidos, empieza uno a experimentar menos excitación y a desarrollar mayor placer. En esta ocasión, la aparición constante de los círculos me cautivaron al despertarme la incógnita acerca del desarrollo de un tema a lo largo de una obra. En la música el tema y sus variaciones está ampliamente estudiado, ahí está la Quinta de Beethoven como gran paradigma, o los mil y un variaciones de diferentes temas barrocos y clásicos. De Bach a Shoenberg, la música se ha nutrido de ese recurso de todas las maneras posibles. Tras el serialismo. ¿Cómo hacerlo en la música de concierto actual? ¿Cómo trasladar ese nivel de abstracción y sencillez que logra Orozco en sus círculos? Son también varios escritores los que hablan de toda su obra como una misma historia, un mismo y gigantesco libro, en pocas palabras un solo tema. Los círculos de Gabriel Orozco, por su sencillez, por lo elemental, por casi casi pecar de una obviedad infantil, son un inmejorable ejemplo de lo que es un tema y sus variaciones con sus infinitas posibilidades, la abstracción hasta el mínimo elemento. La fascinación que me produjó encontrar algo donde anteriormente no creí encontrar nada, así como la gran cantidad de interrogantes y resortes que despertaron en mi interior, son parte de lo que puedo llamar arte. En este caso, el de Gabriel Orozco.


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