Descanso y alivio de la pena, molestia o fatiga que aflige y oprime el ánimo.
RAE.
Vivir con esperanza en tiempos oscuros, completa el título del libro de Michael Ignatieff, En busca de consuelo, Taurus, mayo 2023. Historiador, ensayista, político del Partido liberal canadiense, Ignatieff, escribe un recorrido sobre algo que los tiempos modernos diluyen, el consuelo.
Ahora que se idealiza el éxito como meta primordial del individuo, dar consuelo o ser consolado, es sinónimo de fracaso. Esta es una de las premisas que lo hicieron buscar en la historia las razones y formas de recibir y dar consuelo. Porque al final, éxito o fracaso, todos enfrentaremos la muerte en otros y finalmente en uno, con la reflexión resultante. Nuestra vida, afectos, pesares, arrepentimientos, amores, decepciones, nuestra aflicción en estos tiempos se trata como una enfermedad de la que debemos recuperarnos. Pero no siempre fue así. Durante siglos el hombre buscó algo que le diera alivio y sentido a los sinsabores de la vida. De la religión a la filosofía o el arte, acompañar al afligido, o a uno mismo, para reivindicarnos como individuos y especie, fue la base del consuelo.
Ignatieff nos dice que el consuelo es lo contrario a la resignación. “Resignarse es darse por vencido…reconciliarse con la vida en cambio, nos permite mantener la esperanza en lo que pueda deparar el destino”. Suena sencillo, pero fueron siglos para llegar a estas conclusiones. Desde dejárselo todo a Dios y sus designios, hasta negarlo todo y hacernos humanamente responsables de nuestro propio destino.
De Job cuestionando a Dios, Pablo pugnando por la redención universal, Montaigne optando por disfrutar el día a día. Las historias que leemos vienen de contextos y tiempos completamente diferentes. Desde el emperador Marco Aurelio en su vejez escribiendo a solas para sí, a los sobrevivientes del genocidio soviético y el holocausto Anna Ajmátova, Primo Levi y Miklós Radnóti, que escribieron para su consuelo y el de los sobrevivientes. Camus, Marx, Mahler, Lincoln, El Greco entre otros aparecen en estas páginas.
Los tiempos han marcado con las características del cómo pero no el porqué de consolarse. Cicerón dentro de una sociedad estoica como la romana fue criticado por el luto que guardó por la muerte de su hija Tulia, la niña de sus ojos, cuando se requería su presencia en el senado para oponerse a los designios autoritarios del César. Para los romanos era un signo de debilidad, lo contrario a la fortaleza que debería de guardar siempre una raza de un linaje guerrero. Para mayor sorpresa de la aristocracia romana, Cicerón empezó a escribir sobre el consolatio, consuelo, en cartas que enviaba a diferentes personajes de Roma. Lo que le valió de sus enemigos ser tachado de afeminado, hipócrita entre otros descalificativos para mermar su posición política.
Pero Cicerón se debía a la República y su defensa. Así que concluyó su luto para enfrentar su destino bajo el canon estoico de Roma. Regresó al senado a oponerse a las aspiraciones dictatoriales de César, y ser ejecutado por este.
Mención especial merece el último capítulo del libro; La buena muerte: Cicely Saunders y los hospicios. Durante siglos el objetivo de la medicina ha sido salvar la vida del paciente. ¿Pero qué pasaba cuando este ya no tiene posibilidad alguna de sobrevivir? El desahucio era un fracaso médico que daba por terminado el tratamiento. El paciente quedaba a la deriva esperando la muerte, atendido por las enfermeras, consolado por el capellán que pedía resignación, con la familia de testigo de su dolor y sufrimiento.
Pero en el Siglo XX se entendió la necesidad de bien morir. Porque no se trata sólo de dejar de respirar, sino de hacerlo con el sentimiento de que nuestra vida la concluimos correctamente en nuestros términos. Cicely Suanders modernizó el concepto de los hospicios medievales con la idea de darle al moribundo y su familia un espacio de acompañamiento y reconciliación con la muerte. De la mano de la enfermería, la psicología, el tratamiento del dolor, la terapia, dio paso a los procedimientos paliativos. Porque, “seguía habiendo esperanza, si no de curarse, sí de reconciliarse con la propia vida, con los hijos distanciados; esperanza de curar vieja heridas psíquicas, de poner todo en orden y concluir la existencia con la sensación de que todo estaba atado… la posibilidad de consuelo y el potencial de una institución dónde encontrarlo”.
El bien morir es darles a las personas en su agonía un hábitat para consolar y ser consolados. Para trascender a la muerte con el menor sufrimiento físico posible que les permita resolver aquello que tengan que resolver antes del último suspiro. Escuchar y sobre todo ser escuchados. Los cuidados paliativos otorgan “el alivio del dolor en un entorno contemplativo y sereno, la presencia de los seres queridos, el tiempo para reflexionar sobre la trayectoria vital y la perspectiva del fin del sufrimiento”.
Consolar y ser consolados, un rasgo de humanidad necesario en tiempos de desapego social, reconciliarse sin resignarse. Una mirada a la historia que abre puertas para que podamos transitar con los otros y nosotros de mejor forma los sabores y sinsabores de nuestra existencia.